El Bosque Y El Tiempo

Donde el tiempo se detiene

Donde el tiempo se detiene

Hay lugares en los que el tiempo no avanza en línea recta. Se curva, se enreda entre raíces húmedas, se desliza despacio siguiendo el curso de un arroyo casi oculto. El bosque tiene esa capacidad: suspender el ritmo exterior y obligarnos a caminar a su compás.

El agua avanza sin prisa, sorteando piedras cubiertas de musgo, ramas caídas, restos de otros inviernos. No corre: recuerda. Cada pequeño salto es una repetición, un gesto aprendido hace años, quizá siglos. Mirarla es entender que no todo progreso consiste en ir más rápido.

Los caminos, cuando se internan en el bosque, dejan de ser simples trayectorias. Se convierten en decisiones. La luz entra a trompicones, filtrada por hojas que ya han visto demasiados otoños. Las sombras alargadas no ocultan; señalan. Marcan el paso de quienes estuvieron antes y de quienes, inevitablemente, pasarán después.

Hay sendas empedradas que conservan la memoria del esfuerzo humano. Piedras colocadas una a una, hoy parcialmente devueltas a la tierra. La naturaleza no las destruye; las reclama con paciencia. El musgo no invade, acompaña. El bosque no borra, transforma.

Estas imágenes no buscan mostrar un lugar concreto. Hablan de tránsito, de permanencia, de esa melancolía serena que aparece cuando entendemos que somos visitantes. El bosque permanece. Nosotros solo pasamos.

Quizá por eso volver a estos lugares reconcilia. Porque aquí no se exige nada. Solo caminar, mirar y aceptar que, durante un instante, el mundo puede ser exactamente así: húmedo, silencioso y honesto.


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